El Viaje Sensorial
- Sandra Aguilera Cortés
- 5 days ago
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Updated: 4 days ago
“Viajar es una brutalidad. Te obliga a confiar en extraños y a perder de vista todo ese consuelo familiar del hogar y los amigos”, dijo alguna vez Cesare Pavese. Pero… ¿y viajar en bicicleta? ¿Será más rudo y más precario?
Viajar en bicicleta va mucho más allá de un simple paseo o un deporte. Es un ejercicio filosófico de vida que te reconecta contigo misma y con el mundo. Y luego del BiciTando Glaciares organizado por Cicleayque este 2025, me veo en la obligación humana de narrarles qué tan duro y, a la vez, qué tan profundamente transformador es un viaje cicloturístico.
Conectas con la gente y te abres a otras culturas
La bici es un imán para el encuentro con otras realidades, espacios y personas. Cuando viajas en ella, la gente te percibe más accesible y abierta. La velocidad tranquila permite parar sin problemas, conversar, compartir, observar. Estas interacciones rompen barreras —todas— y te ofrecen una visión auténtica de cómo se vive en otros lugares. Surgen invitaciones inesperadas, consejos para la ruta, preguntas curiosas, gestos de hospitalidad que casi nunca ocurren viajando en auto o bus. El cicloviaje se convierte en una red humana donde las historias te enriquecen más que el camino. Y esa red está tejida por este sencillo artefacto de dos ruedas.
Las razones para lanzarte a la aventura sobre dos ruedas son tantas como la diversidad de caminos que puedes recorrer, o como las enormes historias de personas que puedes encontrar.
Nos maravillamos con el entorno
La capacidad de sorprenderse está directamente relacionada a la velocidad a la que viajamos. El ritmo de la bici te permite entrar de lleno en el paisaje y experimentar el aquí y ahora sin filtros. Sientes el viento, el sol esquivo, el olor a tierra húmeda, el sonido de la fauna que se oculta pero se deja oír. Cada curva es una sorpresa y cada subida te regala una vista que te corta la respiración. Puedes parar cuando quieras, maravillarte con una flor, un pájaro, un reflejo en el río. El mundo deja de ser una imagen borrosa para volverse una experiencia sensorial total. Y no puedes creer que exista tanta belleza.
La conciencia del cuerpo
Sí, hay esfuerzo físico. Y mucho. Pero tu cuerpo se convierte en una máquina que entra en comunión con esa máquina humilde que es la bicicleta. Cada pedaleo empuja energía, voluntad, foco. Aprendes a escuchar tu cuerpo, a gestionar tu energía, a respetar el descanso. Esa conexión íntima con el esfuerzo te da sensación de logro y autosuficiencia brutal. No eres pasajera: eres el motor. Es la energía que te mueve. Este viaje te prueba, te pule y te muestra que puedes atravesar distancias inmensas sólo con voluntad y piernas.
Tu bicicleta es tu nave espacial
Aunque vayas por tierra, se siente como si viajaras en tu propia nave exploradora. Si llevas lo necesario, puedes trazar tu propio camino, sin horarios ni rutas fijas. La bici es simple, comprensible, reparable. Esa autonomía es libertad pura. Tú diriges la expedición, a tu ritmo. Puedes detenerte porque algo te provocó. Puedes acampar bajo las estrellas. Transformas la rutina en aventura.
Viajar en bicicleta trasciende la acción de pedalear. Es una ética. Es elegir la lentitud, el detalle, la autenticidad. Es filosofía aplicada a la vida real.
Y entonces, ¿para qué viajamos así?
Para confirmar que el viaje no termina. Como dijo Isabelle Eberhardt: “El viaje no termina nunca. Es la ilusión de que se acabe lo que hace que te pare”. La bicicleta es la manifestación física de esa verdad: el viaje queda en ti. El paisaje queda en ti. Lo humano queda en ti.
Y el primer gran regalo de BiciTando Glaciares 2025 fue ese: la reconfiguración de escala. La inmersión total. El privilegio radical de estar presente. Dejar de mirar el mundo a través de un vidrio. Volver al cuerpo. Volver a la Tierra. Volver a ser parte.
Este 2025 pedaleé para dentro tanto como pedaleé hacia afuera. Eso me transformó. Me hizo más humilde, más consciente, más viva (principalmente bajo la lluvia).
Finalmente, el cicloturismo expone nuestra vulnerabilidad y la pone al centro sin pedir permiso. Y esa vulnerabilidad no nos debilita: nos humaniza. Nos vuelve permeables al mundo, a las otras personas, a nosotras mismas.
El cicloviaje es una red. Y es esa red —la interna, la externa, la invisible— la que finalmente nos enriquece más que el destino.
Todas las fotos son de la autora Sandra Aguilera Cortés















