Priscilla Villavicencio, Periodista
Siempre me cayó como el ojete la gente que se para desde un pedestal a juzgar al resto del universo porque no cumplen con los estándares de la nueva era. Me agarré de las mechas con cuanto ser que trató de adoctrinarme desde el ego… porque, cuando el mensaje viene cargado de “estás mal”, cuesta digerirlo como un plato de guatitas chiclosas.
Por eso acá no les voy a dar datos de cómo el planeta se esta yendo a la V ni de lo irresponsables que somos porque, aún cuando el cambio climático tiene la urgencia de un meteorito que viene hacia la tierra (y toda acción suma), todo eso ya lo saben y creo que, como a mi, la experiencia y un discurso amoroso pueden conectar mucho más… así que les voy a compartir desde mi miseria, parte de lo que ha sido mi participación en la secta del buen vivir.
Todo comienza en el espacio laboral, cuando me toca difundir políticas medioambientales, y por más que una quiera disociar el trabajo de la vida ¿Con qué cara le voy a contar al resto del mundo la importancia de cuidar el medio ambiente sin hacerme cargo de mi propia basura? Y con basura me refiero a la material y mental que molesta desde la incoherencia. Fue a través de mis compañeros de trabajo y del amor que vi ponían en la tarea, que pude conectar con el sentido comunitario del cuidado de la casa común. Me enseñaron de aire, cambio climático, biodiversidad, residuos y electromovilidad, no con discursos pomposos, culpas, ni manuales, sino desde sus propias acciones, maestros todos, los veo hacer carne la labor como una forma de vida, un eslabón más en una cadena virtuosa.
No pasó mucho tiempo hasta que me vi lavando ropa una vez al mes, desenchufando los artefactos que no utilizaba, dando de baja la secadora de ropa, y reciclando la enorme cantidad de residuos que consumía a diario; porque aún no deja de sorprenderme la enorme cantidad de empaques que antes me hacían correr con un tacho atiborrado de basura 2 veces a la semana y hoy con suerte saco a pasear una vez al mes. ¡Me mejoró hasta el bolsillo! porque hoy mi cuenta de luz, de bolsas de basura y de supermercado han disminuido.
Estaba recuperando el hábito de la bicicleta para tramos cortos, cuando de Cicleayque me ofrecieron por 2 semanas probar la bicicleta eléctrica y luego escribir mi experiencia con la electromovilidad. Acá tengo que hacer un alto y confesar que, además de partir como una consumista ansiosa y pajera, también llevo años de fumadora, entonces la idea de moverme sólo en bicicleta me parecía imposible porque… ¡suelta el pulmón! Aún así acepté el desafío y me monté en la Dresden con asistencia eléctrica y sentí el velo de la verdad salir de mis ojos. Todo cambió. Primero, considerando mi paupérrimo estado físico, la asistencia de la cleta me permitió alcanzar distancias y cuestas que con mi antigua Oxford parecían imposibles; me disminuyó el pucho porque las ruedas se volvieron una extensión de mi y no me parecía concebible movilizarme de otra forma… el cuerpo comenzó a pedirme aire, movimiento y libertad. No pasó una semana de pedaleo y ya me había comprado pantalones y chaqueta resistentes al agua porque de aquí no me bajaba nadie. Antes de concluir mi periodo de prueba invertí en Beatrix, mi maravillosa bicicleta MTB Völmark con asistencia eléctrica, amarilla con negro (sí, muy Kill Bill), que hoy se ha convertido en mi maravillosa compañera y reemplaza a mi abandonado autito que adorna la entrada de casa y sale a pastar solo cuando necesito ir al aeropuerto.
Si les cuento las virtudes más allá del beneficio ambiental, que sin duda tiene un trayecto sin huella de carbono, les sumo una vida con más conexión con el entorno, endorfinas, un par de kilos menos y cada día más cerca de las nalgas de acero que nos venden a diario por redes sociales ( no se hagan, que todos nos miramos el trasero en el espejo).
Por otro lado, cuando exploramos una nueva vereda también podemos observar las fallas del modelo, con esto me refiero a cómo aún el sistema, la consciencia colectiva y la planificación de las ciudades no da cuenta de un camino facilitador hacia el cambio de paradigma. Así me vi evitando ciertas calles, Riquelme y Condell por ejemplo, que de averiadas me partieron el coxis ¡ouch!. ¿Para que hablar de las casi inexistentes ciclovías? que según entiendo y ya anunció el municipio de Coyhaique, son proyecto a concretar…
Creí que uno de los problemas que expondría de esta experiencia sería la desidia automovilística, sin embargo, hasta ahora, he experimentado solo respeto por parte de los conductores, que parecen estar cada vez más conscientes del espacio y velocidad que se requiere para compartir la vía en forma armoniosa…¡No así los perros! y aquí los ciclistas saben a qué me refiero, no hay nada más atractivo para un perrito que una rueda y una canilla en movimiento ¡Carajo que sustos he pasado! y si bien me topé con una que otra jauría de perros vagos, mi llamado en esta pasada es la tenencia responsable, porque señoras y señores, no hay perro más territorial que el perro de casa que se cree dueño de la cuadra, y que ustedes dejan suelto afuera de su vivienda hasta que vuelven de sus respectivos trabajos. Ese descuido y poca sensibilidad comunitaria me ha hecho apretar la cucharita, perder un pantalón y cambiar la ruta a mi trabajo añadiendo un par de kilómetros innecesarios.
Supongo que lo que quiero decir es que se puede abrazar un cambio, y no requiere de tanto esfuerzo, o sea, si una floja consumista como yo aprendió a reciclar, cuidar la energía y a reemplazar el auto y tacones por una bicicleta, cualquiera puede y los beneficios de hacerlo para la propia vida y el hábitat son innumerables. No estoy ni cerca de alcanzar la coherencia ambiental de mis compañeros de trabajo, ni me creo superior que nadie por implementar estos cambios, pero si les puedo asegurar que me siento mejor físicamente, menos ansiosa y más en sintonía con el todo… y desde ahí, les recomiendo la experiencia de sentir el cuerpo, el poder del movimiento, la libertad y una extraña sensación de armonía que aún no logro describir completamente … Espero verlos por ahí pedaleando, y si no saludo, es porque de seguro vengo babeando con la sensación de moverme hecha un cometa y que la cuerpa esta más viva y conectada que nunca.
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