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  • Writer's pictureNicolás Smith

A la Pega en Ski

Updated: Sep 25, 2021

Este año 2021 tuvimos un invierno realmente seco en Coyhaique. Seco y con temperaturas templadas. Algo así como una muestra de cómo va a ser la situación en los próximos 20 años por efectos del Cambio Climático en nuestra ciudad.

Mirando un poco hacia atrás, el año pasado, como la mayoría de los años anteriores, sí nevó. Ahora con la nostalgia en el cuerpo, les cuento sobre el día que me fui a la pega esquiando.


Pero primero les cuento cómo nació este día.

Hace bastantes años atrás, cuando nos probamos por primera vez unos esquís de randonnée, durante esos primeros segundos de total alucinación tuve la siguiente secuencia de pensamientos:

“Ohh, esta va a ser mi nueva forma de vida”. Seguido por:

“En verdad no sé esquiar bien”. Y finalmente:

“Cómo y cuándo me voy a ir a la pega en un par de estos”.


Desde entonces estuvimos en la búsqueda de esa tercera idea, la más difícil, la que es una especie de santo grial entre amigas y amigos randoneros. Estuvimos varias veces a punto de concretar hasta que el invierno pasado, año 2020 de la era moderna, durante un fin de semana, nevó. Y nevó tanto como para tener una buena oportunidad al día siguiente.



Ahora les cuento la historia de ese Lunes. El día en que me fui a la pega esquiando.


Perros, Agua y Pendiente

Varias preguntas que resolver primero: No, no trabajo en un centro de ski, sino en la SEREMI del Medio Ambiente que tiene una oficina cerca del centro de Coyhaique. Capital Regional, ciudad famosa por ser el corazón de la Patagonia, pobre calidad del aire y porque tarde o temprano se congela o cae mucha nieve (bien ahí para cumplir el objetivo, cómo verán).


Mi trayecto entre la casa y la oficina pasa por la zona periurbana y urbana, extendiéndose 5km entre un punto a otro y casi 100m de desnivel positivo y luego 100m de desnivel negativo. Sí, tengo que subir un cerro y después bajarlo.

Con eso en mente, ese día Lunes salí más temprano que de costumbre, equipado con mis esquís del año 1, muda de ropa, casco, mascarilla obligatoria, luces como si fuera ciclista y como 8.000 litros de pura emoción.



La primera parte, la de la subida y el periurbanismo, pasó rápido. Una delicia de nieve, pocos autos y espacio suficiente en la vereda/berma para avanzar rápidamente. Todo muy bien hasta, lo juro, poner un esquí dentro del límite urbano. Ahí todo comenzó a complicarse. Una barrera que parece cómica para Coyhaique pero que demuestra las falencias de cómo nos planificamos para vivir agrupados. Ahí salió el primero de muchos perros a ladrar (si a ciclistas les ladran, a los y las randoneras urbanas se ensañan con malicia).


Comenzó también a correr el agua que naturalmente se mantiene en los mallines o humedales en altura muy típicos de acá, pero que la ciudad ha ido canalizando, impermeabilizando y secando sistemáticamente. Bastante de esa agua corre ahora libremente por las calles, veredas y áreas verdes, cortando el paso en múltiples ocasiones. De la misma forma, el espacio de vereda se achicó porque la calle, para autos, tomó más protagonismo. La bajada que me esperaba se tornó en un camino constante y lento, de ir buscando la mejor opción para poder hacerlo. Después de una hora y media andando llegué a tiempo, cansado pero feliz a mi trabajo.



¿Es real una ciudad como hoja en blanco?

Cumplido el sueño del pibe randonero, tuve la realización de haber idealizado una travesía urbana sobre un manto blanco, en este caso de nieve. Por más blanco que se vuelva nuestro espacio público para trasladarnos, las huellas de lo que hemos estado haciendo bien y mal no se borran tan fácilmente. Si la nieve puede mostrarnos cuanto espacio público realmente tenemos, a las pocas horas, ella misma magnífica el incomparable dominio y prioridad del auto, el abuso del entorno natural urbano y el terrible estado de accesibilidad e inclusión.


No es menor. Acá un ejemplo: caminar por la vereda, como lo hace 1 de cada 4 personas en Coyhaique como medio principal de movilización, es muy difícil hacerlo cuando se acumula la nieve (por más que la ordenanza municipal obliga a mantenerlas). Por eso tenemos que caminar por la calle, la primera vía que queda “transitable”. Si no es en auto, somos todavía muy malos en buscar alternativas como el randonnée, como el uso de la bicicleta, incluso de una tremenda necesidad que es el transporte público mayor.


Otro ejemplo: la oportunidad de flexibilidad que necesitamos en una ciudad, con inviernos así, no se encuentra fácilmente y debemos empujar para que existan. Es esa misma flexibilidad que tiene que ver con la conversación, propuestas y pilotos que hemos estado viendo/generando en otras pocas ciudades en el último tiempo, amplificadas por la emergencia sanitaria.



Es ese tipo de flexibilidad que demanda, por un lado, ir sanando esas cicatrices urbanas y por otro, ir entendiendo que una ciudad, en este contexto, no debería combatir al invierno, debiera de abrazarlo y sacarle provecho. En el que todas y todos podamos adoptar para vivir un poco más afuera, en nuestras calles, veredas y áreas verdes. Y por sobre todo aprovechar de hacerlo ahora, ya que es seguro es que nos quedan pocos inviernos así.



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